“Lugar siniestro este mundo, caballeros”

                              Nikolai Gógol. (1)

  Los ministros de Educación del dictador Videla se encargaron de prohibir la matemática moderna, la ciencia de la “teoría de los conjuntos y de la inclusión” porque vaticinaba “la propiedad común” y “el conjunto C” que abría los módulos del pensamiento hasta la unión extrapolar de lógicos avalados por la academia y marginales artísticos por fuera del sistema.

  Hasta aquí el discurso de una época siniestra. Después vendrá la reflexión y la inflexión sobre los poderes.

   Me interesa relacionar (sin un dejo de correrme del precavido statu quo que todo lo sacraliza) los ademanes atenuados por el comportamiento  burocrático del capitalismo del siglo XX.

   Y hago el corte: “La carta a los poderes” de Antonin Artaud (se presume despachos de los años 1938-1943) y las “Cartas a la opinión ilustrada” de Jacques-Alain Miller (despachos de 2002).

Artaud, el suicidado por el sociedad, el martirizado en Rodez para la tranquilidad parisina en los tiempos de la segunda guerra mundial y por otro lado, Miller, en los tiempos de la bonanza del anclaje financiero, Miller, el suicidado por la prensa satírica (del tipo  “Le canard enchaine” en París), llamado y parodiado como el “señor yerno” o “Diván, el terrible”).

Artaud penó con el electroshock en la posguerra y Miller cargará con la pena de la manipulación de los medios displicentes, absorbidos por la venia del mundo poco elegante y articulado por Merkel y Sarkozy.

Cartas. Machaco “Cartas”, que son botellas al mar, casi siempre. Cartas en medio de la resistencia y cartas en medio de la traba de la electrónica mediática.

Cartas de Antonin Artaud a los poderes: al Papa de entonces (teatralmente parecido al de ahora), al Dalai Lama, a los Rectores de las Universidades Europeas, a los Directores de Asilos y a las Escuelas del Buda. (2)

Cartas a las instituciones fosilizadas colegiadas para forjar la repetición y el desprecio.

Cartas “a la opinión ilustrada” de Jacques-Alain Miller: la opinión cultivada de Francia, el olor a podrido de las cañerías de París, el pensamiento congelado en medio del salvajismo mediático. Miller arremete en su prólogo con el ademán pendular de Nabovok: “Si basta una chispa para prender fuego a todo el llano, si las alas de la mariposa inician la tormenta, si la picadura del insecto despierta al león, es porque no toda causalidad es lineal”. (3) Y Artaud, más frío y espectral dirá (dijo entonces): “Hay que destruir el deber del escritor, del poeta, no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro, una revista de los que ya nunca  más se saldrá, sino al contrario, salir afuera”. (4)

Artaud, el encerrado de la sociedad (como 40 años después Louis Althusser) y Miller, el encarcelado del pensamiento cuestionado por los formatos del pensamiento del siglo XXI.

El encierro sigue siendo el mismo; la burguesía debe permanecer intacta, adocenada y tranquila y debe obturar el mandato de cambio. Los cocineros no deben dejar nunca más sus ollas calientes (y desatenderlas) por un presidente socialista. Los asilos deben calmar a los pacientes, las escuelas deben uniformar a los alumnos y la rapsodia capitalista debe sonar siempre monocorde al uso del establishment.

Artaud/encerrado y Miller/adolescente deslumbrado por el encierro del preso emblemático, Edmond Dantés, convertido para la literatura como “El Conde de Montecristo”, la plasticidad del relato de Alejandro Dumas, el novelista.

Y en el corte, entra Lacan. “Conocí a Lacan en enero de 1964. Me aferré a él a los 20 años, y algo tuvo que ver mi gusto de los 13 por ‘El conde de Montecristo’. Lacan me parecía, como él, fastuoso y atormentado, tierno y terrible, vengador consumido por la injusticia que había sufrido, afectado por la pérdida de los Villefort, Fernand, Caderousse, Danglars, que lo habían liberado”. (5)

   Y de allí, a la torreta del encierro de Dantés, la almudena sin ventanas en medio de la isla, en medio de los hospicios donde le era negado el papel a Artaud para que pudiera escribir, en medio de la venganza del conde que vuelve clamando justicia y el yerno que eleva su capa con el mismo fin. “Solo el nombre de Lacan hacía pluff, como Edmond Dantés con su capa. Se regodeaban a costa suya, se volvían hombres honorables, y enseguida eminencias”. (6) Como sacaban chapa ilustre los médicos psiquiatras que le hacían purgar una condena injusta a Artaud en los hospitales. Como “El teatro y su doble” poblado de sillas en la sala de espera, anverso y  reverso de Artaud/Dantés. El surrealismo y la locura como esfuerzo épico para lograr la reconquista del campo freudiano en 1964, llena del canto de Louis Aragon y de “Le fou d’Elsa” en Lacan/Miller.

  ¿Y adónde van las cartas en medio de la hipercomunicación electrónica del siglo XXI? Van allí, al aleteo imperceptible de la mariposa y a “la abolición de la cruz, cuando terminan de girar/arrancan/las cruces de la tierra/y el hombre desnudo/sobre el caballo/enarbola/una inmensa herradura/empapada en la sangre de una cuchillada”, (7) como pronostica Artaud.

  La venganza está consumada. Solo el surrealismo vuelve en la poesía que no cesa o en el diván del analista. Solo el surrealismo volverá a arrebatar a las masas. En el corte y en la nueva entrada. Siempre sacudiendo la capa elegante de Dantés.

Fernando González

Buenos Aires, 2012

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Notas :

(1)   Gógol, Nikolai “Cuentos Ucranianos”, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1947

(2)   Artaud, Antonin “Carta a los poderes”, Ed. Insurrexit, Buenos Aires, 1974

(3)   Miller, Jacques Alain “Cartas a la opinión ilustrada”, Paidós, Buenos Aires, 2002

(4)   Artaud, A.  (idem)

(5)   Miller, J.A. (idem)

(6)   Miller, J.A. (idem)

(7)   Artaud, Antonin “Para terminar con el juicio de dios y otros poemas”, Ed. Caldén, Buenos Aires, 1974

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